como esos jóvenes reclutas que, húmedos los labios por el último beso de la madre, van a tierras lejanas, a batallas sangrientas, a muertes ignoradas, así, esta niña desamparada y sola, entraba en el mar tempestuoso del mundo, lleno de suertes traidoras, de abismos ignorados, de tempestades dormidas tras la falsa serenidad del horizonte; Guanina y Sotomayor 9 Bajo la fronda de una ceiba centenaria que crecía a la orilla del río, y protegidos por la tupi-da vegetación y las flores silvestres,6 los sorpren- dió el amanecer dormitando junto al tronco del
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